15 de agosto de 2011

Agrocapitalismo: Negocio y Dominación



Desde su orígen, la humanidad ha producido sus alimentos, aprendiendo a manejar sustentablemente la naturaleza y los recursos que esta nos brinda. Hemos cultivado plantas y criado animales, adaptado sus razas y variedades a las necesidades de la humanidad y alimentado a la población a partir del trabajo de las tierras. Uno puede pensar a la agricultura como la más antigua manifestación de la cultura humana, como una relación muy intima y elaborada entre la humanidad y el resto de la naturaleza.


Eso había sido así siempre hasta que...

Entre 1940-70, las Fundaciones Rockerfeller y Ford decidieron que financiarían la investigación, el desarrollo y la transferencia de tecnología relacionadas con el incremento de la producción agrícola a nivel mundial. Así, facilíto. 

La aparente bondad de estos grandes capitalistas en realidad representó una estrategia para contrarrestar las amenazas a sus intereses que en ese entonces representaban las reformas agrarias y la "insurgencia comunista" en varios países del llamado tercer mundo. 

A su idea le llamaron Revolución Verde para difierenciarla de la Roja Sovietica y la Blanca Iraní, y su objetivo real fue transformar la agricultura en una herramienta para engrandecer su poder, creando nuevos mercados y otras formas de control político y económico, como parte de las estrategias de la guerra fría.

Al principio, Sus laboratorios fueron México, India y Centroamérica. No es coincidencia que la "Revolución Verde" en Centroamérica ocurriera en una época signada por violentos conflictos armados entre los gobiernos que actuaban defendiendo los intereses de las grandes compañias norteamericanas de alimentos, y el pueblo que perdía sus tierras, sus derechos, su libertad, y su comida. Progresivamente, la Revolución Verde se expandió al resto del mundo convirtiendo a más y más países del Sur en productores de alimentos para los países del Norte, y  en nuevos mercados para la agroindustria.

Para ello, la Revolución Verde se basó en dos principios básicos del capitalismo que son  masificar la producción mecanizada y unificar las tendencias de consumo. Producir menos rubros en mayor cantidad y unificar la alimentación humana. 

La reciente conversión de la agricultura en una industria global también se apoyó en el desarrollo y uso masivo de nuevas variedades de plantas capaces de duplicar la producción respecto a las variedades tradicionales; y también en el incremento de las unidades de producción a extensos monocultivos que demandan una altísima cantidad de agua, plaguicidas y fertilizantes nitrogenados. 

Todos estos recursos debían ser adquiridos a sus fabricantes industriales, lo cual permitió crear y expandir a escala global los mercados de tecnología agrícola: grandes sistemas de riego, maquinaria para siembra, cosecha, almacenamiento y transporte, fertilizantes nitrogenados y plaguicidas.

La “Revolución Verde” es sin duda, la herramienta del capitalismo que más ha alterado los sistemas ecológicos, culturales y económicos de los cuales depende la alimentación humana. 

Al transformar los sistemas tradicionales de producción en grandes monocultivos, logró incrementar en apenas 30% la producción agrícola mundial. Sin embargo, esto se logró a costa de la expansión de la frontera agrícola hacia los bosques y el uso masivo de fertilizantes nitrogenados y plaguicidas sintéticos que degradaron los suelos cultivables, contaminaron irreversiblemente las aguas y ocasionaron problemas de salud que incluyen malformaciones congénitas, cáncer, leucemia, etc.

La mecanización de la agricultura implica el uso de
maquinaria costosa y sustancias tóxicas para la fumigación.
El agrocapitalismo consume el 70% del agua utilizada en el mundo y es responsable de 13,5% del total de emisiones totales de Gases Efecto Invernadero, causantes del cambio climático. El uso de fertilizantes sintéticos nitrogenados aporta el 60% de las emisiones totales de N2O a la atmósfera. 




Adicionalmente, el agrocapitalismo es una de las causas estructurales de la pérdida de diversidad biológica y definitivamente, una manera errónea e irracional de relacionarnos con la naturaleza de la cual depende nuestra existencia.

Lo más dramático es que todo esto ha ocurrido sin que haya una reducción notable del hambre en el planeta, tal como lo evidencia la actual crisis en Somalia y tantas otras crisis alimentarias que hemos visto ocurrir en Africa durante décadas.

Los únicos beneficiarios de estas políticas han sido las grandes corporaciones, es decir, quienes inventaron este nefasto sistema desde el principio. Más recientemente, estas mismas corporaciones han promovido la investigación y el desarrollo de aplicaciones de la ingeniería genética para seleccionar características específicas de plantas y animales que, no solo incrementen la productividad, sino que fortalezcan la dependencia económica de los productores, llegando incluso a la desfachatez de patentar ciertas formas de vida como productos comerciales. 

Nelly Díaz y César Aponte

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