17 de febrero de 2012

Ecofacismo, por Jorge Orduna


Es hora de preguntarse por el verdadero carácter del movimiento ecologista. De dónde viene y adónde va. Aunque comprender la realidad de las instituciones ambientalistas sea un asunto complejo.

La imagen que se tiene de World Wide Foundation, la del inocente y encantador osito panda, o Greenpeace no ayuda a despejar el panorama. Gente joven, altruista, libre, que defiende las maravillas naturales de la creación, lucha cual pequeño David contra ese Goliat que es tan fácil odiar: la máquina despiadada de un progreso que no repara en destrucción alguna con tal de satisfacer la codicia, las ansias de poder y la ambición humana.

“Cuando alguien invierte muchos recursos en promover una imagen de sí mismo desequilibra la balanza de la realidad de tal forma que volver a nivelarla nos exige exceder el peso del platillo negado, oculto o simplemente no promovido”, plantea el periodista Jorge Orduna en el polémico ensayo “Ecofascismo”, publicado por el sello Martínez Roca.

El autor se encarga de desenmascarar esa maraña de personalidades, instituciones, empresas y hasta gobiernos que conforman el entramado actual del ecologismo internacional. En el sensiblero relato ambiental, teñido por un exceso de corrección política –cómo no estar a favor de las ballenas y de la foca bebé, cómo no oponerse a la energía atómica o a las impías quillas de la flota pesquera–, se omite la genealogía con la eugenesia, tan asociada al nazismo, que estudia los métodos científicos para mejorar la raza humana a través del control de su reproducción. La expresión eugenesia, que significa “buen nacimiento”, fue creada por un primo de Darwin, Francis Galton, uno de los impulsores de este movimiento intelectual “que toma principios de los descubrimientos de Darwin sobre la evolución y peregrinas ideas de Malthus sobre la población, para desembocar en lo que luego se calificó como darwinismo social e higiene racial, por unos, y racismo a secas por otros”, advierte Orduna.

    El acento de Orduna, que actualmente reside en Los Zorzales, en las afueras de la ciudad de Mendoza, es producto de la mezcolanza de tonalidades que fue adquiriendo de los distintos lugares donde vivió. Después que lo expulsaran de Chile, donde estuvo 15 días escondido en un sótano en el comienzo de la dictadura pinochetista, se fue a Francia, pero también vivió en Ecuador y en Bolivia.

    “Nunca estuve quieto en esos lugares, me siento como un gitano”, aclara a Página/12. A través del caso testigo, las Islas Galápagos, en “Ecofascismo”–que bien podría haberse titulado “Econazismo”, por el capítulo en el que analiza cómo la legislación alemana se mostraba mucho más sensible con los animales que con las personas–, Orduna dice que quiere demostrar “adónde puede ir a parar la promoción de una cultura ecologista sin ningún tipo de cortapisas, sin ninguna barrera impuesta por los sectores científicos nacionales en función de los intereses reales de cada país”.

    El periodista y ensayista cuenta que hay tanta disparidad social en los países latinoamericanos que “se tiende a subestimar la capacidad de la juventud” para detectar el revés de la trama ecologista.

    “En los medios de comunicación es frecuente que aparezca un Frente de Liberación Animal, copiado como muchas otras cosas de los países desarrollados, con una campaña lacrimógena a favor de la chinchilla, cuando cualquiera que camine un poco, incluso por las zonas más ricas de Buenos Aires, se va a dar cuenta de que la chinchilla no es necesariamente un producto de gran consumo”, sugiere Orduna.

    “Uno tendería a creer que la juventud asimila fácilmente cualquier tipo de política fundamentalista en lo ecológico, pero creo que hay una sospecha de que algo no encuadra muy bien con nuestra realidad; que hay unas prioridades sino invertidas por lo menos alteradas en base al apoyo mediático que recibe ‘la maravilla del mundo natural’ en los canales de cable” .

    Con ánimo de ahondar en las paradojas, el periodista recuerda que en una entrevista que le hizo a la presidenta de la Asociación Argentina de Lucha contra el Chagas, ella le comentó que no consiguió organizar un concierto a beneficio. “Incluso algunos artistas que son tenidos como muy progresistas la trataron con malos modos. Claro, me dijo ella, quieren verse asociados con animales que son sinónimo de belleza o de magnificencia y no con bichos que son símbolo de la pobreza y de la mugre. Los subdesarrollados se ocupan del mal de Chagas; yo salvo a las ballenas porque es más prestigioso y mediático”, ironiza Orduna.

    “Hay un temor muy grande a contradecir el discurso políticamente correcto que viene de las organizaciones internacionales. La Argentina es muy poco crítica respecto de las Naciones Unidas; parecería que fuera el Olimpo adonde llega gente absolutamente impoluta y ajena a las influencias, y no es así. Como existe una actitud sumisa, se terminan firmando tratados internacionales, pactos y protocolos que van generando concesiones. Los sectores más radicalizados de derecha en el mundo industrializado apuntan claramente a establecer los problemas ecológicos por encima de las soberanías nacionales. La lógica que nadie puede negar es la falta de control sobre la explotación de los propios recursos: el mar, la minería, la agricultura.”

    El progresismo latinoamericano no es ajeno a este temor de contradecir la ideología de los verdes.

    “Las nuevas formas de dominación estarían desbordando al progresismo latinoamericano por izquierda, cuando el progresismo espera su oposición en la derecha. Lo que está sucediendo consiste en la promoción de causas nobles, como las ecológicas, impulsadas de manera reaccionaria”, afirma Orduna.


    Usted señala que Greenpeace es una gran generadora de mitos. ¿El libro puede contribuir a desterrar algunos de esos mitos?

    –Hay un factor tremendamente poderoso detrás de Greenpeace. No creo que un libro sirva para desmontar un mito. Cuando uno está esperando el subte, ve en la pantalla los saltitos de la ballena. No creo que esta tendencia vaya a cambiar, quizá pueda haber más reticencia de los gobiernos, que empiezan a darse cuenta de que vamos a pagar las consecuencias por los compromisos internacionales que se contraen respecto de los temas ecológicos. En el caso de Galápagos se ve muy clarito porque está al borde de perder el control. Ecuador no puede hacer nada porque Galápagos tiene un valor biológico tan importante para la humanidad que las organizaciones internacionales han decidido que la isla no pueda ser considerada bajo soberanía nacional. Con el aire está pasando lo mismo, con el agua también. Plantear el tema del agua en la Argentina es muy interesante.

    El agua argentina es de nosotros, pero las organizaciones ecologistas esgrimen que son patrimonios internacionales, son problemas de la humanidad. En el lenguaje, estas organizaciones han incorporado el derecho que siempre sintieron sobre los recursos del tercer mundo. El ecologismo es el nuevo colonialismo del siglo XXI.

    Como junto a los recursos están asociados los problemas de población y de desarrollo humano, la cuestión es verdaderamente preocupante. De ahí el título de “Ecofascismo”, por el carácter antidemocrático de las políticas del Primer Mundo que propagan el control poblacional en nuestros países.


    Silvina Friera  fuente:

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